lunes, 9 de febrero de 2015

Tarde histórica en la Alternativa de César Valencia con los toros de Juan Pedro Domecq

 
     A partir de ahora voy a resaltar el acontecimiento más importante de las corridas de toros de la Feria Internacional de San Cristóbal 2015. Pero la que marcó mayor interés fue la tercera corrida, la del Doctorado como matador de toros César Valencia. 


     Un rotundo éxito tanto en lo artístico como en la taquilla,  gracias al gran esfuerzo y esmero de los organizadores Nelson y Fabio Grisolía, con el esmerado apoyo del Gobernador Vielma Mora. Sin duda alguna, el Gobernador Vielma Mora, Nelson y Fabio Grisolía también forman parte de este histórico triunfo en dicha tarde taurina de San Sebastián confirmando ser una de la más importante de la República.      

     Memorable la faena que realizo César Valencia en su segundo toro que lo llevó ese día a la cima como el máximo triunfador de la noche dejando evidencia que su toreo quedó sembrado  en los corazones de los aficionados. 

     Claro esta no se puede pasar por desapercibido las sensacionales faenas que me permitieron contemplar Sebastián Castella que cortó tres orejas, Daniel Luque, una oreja, que si justificamos su labor, poseía todos los elementos para que fuera considerado para las dos en su primer toro. Antonio Ferrera una oreja al que le hecho un par de ¡bolas! en el segundo de su lote de Hugo Domingo Molina que fue una mierda como todas las que presentó en la feria. Era lamentable y triste escuchar en los tendidos de la Plaza de Toros Monumental de Pueblo Nuevo como se referían con gran malestar sobre lo toros de Hugo Domingo Molina. Solo se escuchaba  ¡fuera!, ¡fuera!, ¡fuera!…  

     La corrida de ese día en la Monumental de Pueblo Nuevo llevaba ese juego de sabores andinos propias para no olvidar ¡nunca! las que dejan el corazón entumecido por el cúmulo de tremendas sensaciones que se fueron agolpando y que llegaron a un éxtasis indescriptible cuando se trata de la vida y la muerte, el triunfo y la gloria, todo en el micro espacio terrible de un gañafón certero tras enfocarse al final de una faena de Cesar Valencia en la que había sido capaz de sacar al cornúpeta, muletazos limpios lleno de mucho temple, lentos llenos de mucho arte y de buen trazo

     La corrida de Juan Pedro Domecq. Destacó en esta feria y le dio un repaso al torismo desmesurado y estraperlista con una corrida muy torera en todo. Impecablemente presentada, con toros a su tipo bajos, serios y astifinos. Mejor rematada que nunca y de romana equilibrada, la de Juan Pedro Domecq fue corrida que entro por los ojos. Muy alejada en presentación de los juicios previos a que podría dar pie su nombre.    
     Ahora bien vamos a lo más importante y lo que más me gusto de César Valencia en esa tarde histórica. 

     Con el primer toro de la tarde, el de su Doctorado, lanceó  excepcionalmente, cadencioso como la seda en la brega, ampulosa y templada en el toreo de lucimiento, las verónicas fueron monumentales pasaba el toro al compás de aquel capote con tanto arte y acabadas con hondura, con las manos muy bajas rosando los cojones como debe ser. Verónicas que quedaron grabadas como diciendo: “Aquí toreó el venezolano
Cesar Valencia”.

     Cesar Valencia con las banderillas alegró mucho al público que tenía los ojos puestos en él y que además de esto estaba entregado al diestro. Bajo mi óptica solo un par me gustó, el que clavara en todo lo alto del morrillo, no así, los dos restantes.  


     Con el  engaño muleteril demostró muchas ganas y dejó buen sabor, aprovechó destellos que se anunciaban un desenlace limpio, brillante e histórico para la memoria taurina de Venezuela. Ofreció momentos de inspiración muy medida para los catadores del buen toreo. Superiores y extraordinarios fueron los muletazos con la mano diestra, con temple sublime, y con mucha verdad, los cuales encendieron los aplausos del  público que asistió a las barreras y los tendidos. Fueron muchos los suaves muletazos, relajados, acompañados con fuerte ovación. 


     Vaya la que armó el venezolano. Pero las cosas no quedaron allí. No olvidemos lo más granado, derechazos y los de pechos sueltos, de frente y de lado con el compas abierto y luego a pies juntos para esculpir muletazo desmayado, con el público puesto a pie, en unas de las ovaciones más ensordecedoras que se recuerde en el coso de Pueblo Nuevo. 

     Completó la lidia con una estocada sin efecto ¡Maldita espada! Habría que clamar, pues César Valencia pues estuvo sensacional toda la tarde. Seguro y poderoso, nada monótono, buscando siempre las vueltas para lograr dos planteamientos distintos a cada una de sus faenas, que no era empresa fácil, pero también “cumbre” en lo artístico, con relajo, empaque y hasta pellizco en los remates. Aunque la gran estocada que despenó al Juan Pedro Domecq retardo e impidió que el toro se echara al ruedo la cual el diestro tubo que hacer uso del descabello para acertar finalmente y culminar con este primero de su alternativa. Daba igual. Las orejas -de eso estoy absolutamente convencido- son lo de menos.  Fuerte ovación saludo al tercio.

     Siempre he dicho que existe un milagro y esto sucedió en su segundo toro. Un toro de verdad, verdad. Un toro al que pedía los credenciales  de matador. Pero para el nuevo matador esto era pan comido. César Valencia nos demostró su toreo de duende, aroma, esencia, hondura, gracia, armonía, inspiración mucha inspiración… y solemnidad majestuosa. Mézclese con suavidad todos los ingredientes y sólo así será posible entender cómo la magia se apoderó de la Plaza de Toros Pueblo Nuevo que quedó arrebatada con el toreo de capote y muleta que surgió de la muñecas artísticas de César Valencia, que auparon a la gloria, y el público supo, palpó y tocó con los dedos la eternidad del toreo. 

     Cuando César Valencia salió de la boca del burladero y pisó nuevamente el ruedo de la plaza de toros salió echándose de  rodilla en tierra para ejecutar tres largas cambiadas con las dos manos, para luego colocarse de pie y demostrar como se torea con el percal, dibujando lentamente cinco verónicas maravillosamente que saben a gloria, clavando los pies bien firme en la arena y rematando con una media excepcional. Ya con esto la plaza se ha convertido en una olla de presión. La magia quedo allí y estas verónicas quedaron para el histórico recuerdo taurino de César Valencia. 


     Con la faena de muleta el diestro se encadenó con mano derecha en una faena con pases lentos y agusto, ligada de mucho sentimiento, temple y empaque por ambos pitones llevando al toro hasta el final dándole el vacío, aunque debo reconocer que más me gustó la lidia con la mano izquierda, ya que el toro era mas potable por ese pitón pero el diestro solo pegó cuatro tandas y aunque parezca mentira el toro le pedía mas por ese lado y él no se dio cuando allí era el lado donde encontraría más beneficio al triunfo y la gloria más que por la mano derecha. César Valencia tomó nuevamente la muleta por la mano derecha para esbozar algunos pases de bellos detalles de gran calidad y de empaque, brillantez, rematándolo con unos extraordinarios pases de pechos.  El concurrente coreaba la obra maestra del Cesar Valencia con oles y sobre esos oles se escuchaban  ¡torero!, ¡torero!, ¡torero!, ¡Venezuela!, ¡Venezuela!, ¡Venezuela! sin dejar de cesar. 

     Sin duda alguna César Valencia descubrió que el secreto del éxito fue cuando el toro repetía con mucha transmisión y la tomaba con codicia, fue un toro bravo y exigente al que había que poderle. Y es por esta razón que el diestro siguió llevando el ritmo de la faena ganándole la partida por manoletinas cargadas de vibración. 
     
     Lleno de emoción el diestro por el banquete que se daba con el buen toro de Juan Pedro Domecq siguió toreándole por el pitón derecho. Ya con el peo armado, el público comenzó a pedir el indulto y el juez de plaza no tardó en concedérselo, llevándose para el esportón las dos orejas y rabo simbólicos.  Indiscutiblemente César Valencia toreo grande se mire por donde se mire. 


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